Relato 7: La chica de pelo azul

No estás teniendo visiones, he escrito otro relato del "Te reto a que me retes" después de... no sé, ¿mil años? Habréis notado que esto es algo que me cuesta bastante, sobre todo porque me quita mucho tiempo y porque, admitámoslo, obligar al cerebro a crear una escena medianamente decente y que te guste a la fuerza es difícil, MUY difícil. Pero aquí estoy, again, y aquí está el séptimo relato. Esta vez se lo dedico a Beatriz, que fue el alma cándida gracias a la cual he tenido que escribir con la canción (por llamarla de alguna manera) que encontraréis abajo. Sorprendentemente, creo que es el relato más largo del reto hasta el momento, lo cual no me explico porque me ha costado horrores concentrarme.

En fin, no me enrollo más y os dejo con él.

Dibujo hecho por la genialosa Lúa Garo (creadora de la cabecera del blog).

Música para torturaros leer

LA CHICA DE PELO AZUL

El chasquido del mechero da comienzo al décimo cigarro del día. Bran expulsa el humo con brusquedad y la chica sentada en el lugar del copiloto contiene la tos. Él la ignora y dirige sus ojos grandes y caídos, derretidos en una cara redonda de barba rubia, hacia lo que sucede a varios metros de ellos. Los fuegos prendidos en los barriles proyectan sombras difusas que bailan entre la aglomeración de personas que ríen y hablan a gritos para hacerse oír sobre la música.

—¿Estás segura de que el contacto está ahí? —le pregunta a la chica con un tono despectivo.

Ella, delgada, pequeña, hundida en su asiento con la cabeza baja, asiente mientras se aparta un descolorido mechón de pelo azul de la cara.

—Más te vale —le avisa Bran guardándose el mechero en el bolsillo interno de la chaqueta de cuero—. Como me hayas hecho venir hasta aquí para nada te juro que te rompo ese cuello de pájaro esquelético que tienes, ¿me has oído, zorra?

Ella asiente de nuevo. Se rasca compulsivamente el muslo a través de uno de los agujeros de sus medias y se baja la corta falda con movimientos lentos, como si no quisiera que Bran notara demasiado su presencia. Él da un portazo al salir y la arrastra a ella al exterior.

—Date prisa —le ordena Bran, empujándola—. No quiero dejarme ver mucho a este lado del muro.

Ambos se encaminan hacia la jaleosa multitud. Huele a humo y hace frío. La chica se cruza de brazos, encogiéndose en sí misma, y mira de un lado a otro para buscar a Jared, el kerx al que le han encomendado para el tipo de negocio en el que el amo está interesado. A pesar de que solo lo ha visto una vez en un vids de imagen sucia, no le cuesta reconocer la piel amoratada y los ojos felinos del kerx, cuyos dientes afilados se dejan ver cuando sonríe. La chica señala en su dirección sin alzar la vista hacia el amo; no quiere recibir otro guantazo por incumplir una de sus normas.

—¿Es ese? —le pregunta Bran. Ella asiente y le acompaña hasta donde está el kerx—. ¿Eres Jared?

El renegado deja de atender a su grupo y les observa con curiosidad. La chica no puede evitar fijarse en el color anaranjado de sus ojos. No ha visto a muchos kerx de cerca, pero nunca le resultan tan horribles como los describen.

—¿Quién quiere saberlo? —inquiere el aludido con voz ronca.

—Soy Bran. Se supone que tienes algo para mí.

El kerx sonríe.

—Claro. Sígueme.

Los tres se alejan de la multitud hasta el maletero de una furgoneta. La chica presta atención al intercambio: una bolsa de piedras moradas que acaban en las manos del kerx por otra repleta de fajos de billetes que Bran protege bajo su brazo. La vieja ciudad en ruinas es la única testigo del trato, además de la chica del pelo azul.

—No nos dará problemas, ¿no? —quiere saber el kerx, señalándola con la cabeza.

—¿Ella? —Bran adquiere una mueca de asco—. Es una goul. La compré hace un año y es muda como una piedra. Aunque quisiera decir algo no podría, y si lo intentara sabe que la mataría.

El acuerdo se firma con un apretón de manos y cada uno vuelve a su lugar. La chica se sienta en el asiento del copiloto y mira de reojo el reloj del salpicadero. Se ponen en marcha y no pasan más de cinco minutos antes de que uno de los neumáticos reviente. Bran pierde el control del vehículo durante un momento, y luego se apresura a parar.

—¡¿Qué cojones ha sido eso?! —escupe, saliendo al exterior.

La chica, como siempre, guarda silencio. Cuando Bran se agacha junto a la rueda pinchada ella extiende una mano bajo el asiento y saca algo que no se molesta en esconder cuando abandona el coche. Bran, bramando maldiciones e insultos, se dirige al maletero para coger la rueda de repuesto. Ver a la chica de pie junto al capó, quieta, mirándole a la cara, ayuda a detonar el ataque de ira.

—¡¿Qué te he dicho miles de veces?! ¡¿Qué te he dicho sobre a dónde puedes mirar, maldita puta?!

La chica no se inmuta. Es tan pequeña… Su cuerpo, su ropa, sus manos, sus piernas sucias de medias rotas, sus mechones de desgastado pelo azul que el aire del desierto nocturno agita sin cesar. Todo en ella parece diminuto y frágil.

—¡He dicho que dejes de mirarme, zorra! —exclama Bran dispuesto a abalanzársele.

Cuando está a punto de alcanzarla, la chica, tranquila, levanta la mano en su dirección y un trueno rompe la quietud de la nada que los rodea. Bran cae al suelo, lacio y pesado como un trozo de tela mojada. En el charco de sangre que emana de su cabeza se refleja la figura de la chica que pasa a su lado. Cuando regresa junto a él lo hace con la bolsa de dinero cargada al hombro.

—Capullo —musita tirando el arma sobre el cuerpo.

La chica, sonriente, se aparta el pelo azul de la cara y, antes de dirigirse a la negrura absoluta del desierto, se queda allí unos segundos, inmóvil, desobedeciendo a su amo por última vez. 

Y esto ha sido todo. 

Espero que os haya gustado.

 :-)