Mini-relato: Océanos de ira.

Aquí me hallo, 2:14 de la madrugada, con la cabeza llena de mil ideas. No sé qué me pasa últimamente, pero me vienen sin parar retales de escenas que no existen, de novelas que no he escrito, de conversaciones que no conozco. Y cuando vienen necesito sacarlas porque sé que si no lo hago se perderán como, citando a Blade Runner, lágrimas en la lluvia.

Vale, se nota que es mi hora porque empiezo a escribir como si estuviera "escribiendo" y no. Laura, contrólate. El caso es que hoy pensé que todos estos pedacitos de historias rotas flotando en la entropía debían tener su lugar, un sitio donde almacenarlos a todos. Como a veces no es más que una frase lo que me viene, con escribirla en twitter me valía, así que he decidido juntar todos estos trocitos con el hashtag #LTPieces.

Lo que vengo a compartir con vosotros hoy iban a ser dos simples líneas de diálogo, pero se me ha extendido un poco, así que, además de compartirlo en twitter, he decidido ponerlo aquí porque me he quedado verdaderamente prendada de esta brevísima escena, tanto, que veremos a ver si no desemboca en algo más. 

Fijaos si me ha salido repentinamente que ni siquiera he usado música, pero eso no significa que no tenga su canción. El texto es muy corto, pero sentía la necesidad de compartirlo con el mundo aquí, en mi pequeño rincón. Espero que os guste :)

La sonrisa desaparece del rosto de lord Harth.  

—Dejad de provocadme —la avisa con una mueca despectiva— u os juro que veréis como vuestro reino arde hasta que no queden de él más que cenizas.

Lady Valdrian acorta la distancia entre ambos con pasos calmados, seguros de sí mismos. La tela negra de su vestido sisea sobre el suelo de piedra húmeda y, durante un momento, solo el murmullo de las antorchas se oye en la sala del consejo.

—Adelante, mi señor, prended vuestras hogueras. —Se aproxima tanto a lord Harth que cualquiera habría notado lo impropio de la escena. Ella sonríe—. Puede que vos tengáis un ejército de llamas, pero yo tengo un océano de ira, odio y resentimiento, y ni todo el fuego de este mundo podrá consumirlo jamás. —Su voz tiembla, su gesto se estremece—. Traed a vuestros hombres, quemad mis tierras si os atrevéis, y haré caer sobre vosotros las aguas de mil reinos, y contemplaré con regocijo cómo se ahogan aquellos a los que amáis. Pero no temáis por vuestra vida, mi señor, pues la conservaréis el tiempo suficiente para verlos perecer a todos y cada uno de ellos. Y cuando hayan muerto vuestros hombres, cuando mueran vuestros amigos, vuestra familia, vuestros hijos… Cuando hayáis muerto vos llevaré mis aguas hasta ese nido de podredumbre al que llamáis hogar y por los dioses os juro que arrasaré cada centímetro de tierra que pueda albergar alguna prueba de que una vez exististeis. —La voz áspera, cargada de furia, se convierte en un susurro—. Adelante, os digo. Prended vuestras hogueras. Prendedlas, mi señor, si acaso os atrevéis.