Antes de contar mi experiencia personal en este viaje, me gustaría recalcar que no va a tratarse de una crónica del festival Celsius 232, el cual ha estado genial, y de cuyas actividades he disfrutado muchísimo. Desde Abercrombie y su estilo "soy el rey de este barrio, bitches", pasando por el encantador Richard Morgan, que para mi sorpresa habla español perfectamente y me hizo reír bastante con alguno de sus comentarios, hasta llegar a David Mitchell, al que hace tiempo quería leer tras haber visto la adaptación de "El atlas de las nubes", y que nos leyó un relato maravilloso que escuché ensimismada (y detrás de todo esto, la voz de Diego, el traductor cósmico del Celsius, que tiene mi admiración eterna por el trabajo que hace). Además, por supuesto, está la gente, una de las mejores cosas de este festival. No sólo he desvirtualizado a más personas que seguía desde hace tiempo en las redes, sino que me he reencontrado con otros a los que ya conocía y hemos pasado ratos geniales juntos. Me he reído muchísimo, he comido cachopo, helados deliciosos, he disfrutado de la preciosa Avilés y sus calles empedradas (aunque ahí mis pies no se divirtieron tanto), y he asistido emocionada a cada uno de los encuentros con autores, así como a mesas redondas y otros eventos, empapándome bien de todo lo que he oído y visto en ellos para volver a casa con la mente bien alimentada, con muchas ganas de leer y de seguir con mis proyectos.
No obstante, queridos amigos, ésto no ha sido lo único que me llevo de mi viaje a Asturias, hay otra parte que nada tiene que ver con el festival, pero que he decidido llamar "A Celsius Horror Story" porque perfectamente podría dar para novela/película de terror, y eso es lo que vengo a contaros hoy.
A Celsius Horror Story
Todo transcurrió en Avilés, pero que quizá podríamos enfrentarnos a una situación complicada ya se avisó semanas antes de que iniciara el viaje, cuando llamé a la pensión en la que había reservado alojamiento junto a Diana (@todo_mi_ser) y Omaira (@cathurya) meses atrás sin problema. Como decía, llamé a la pensión semanas antes del viaje para confirmar la reserva, y cual fue mi sorpresa cuando la señora que me atendió (a la que llamaré "señora X") me dio la noticia de que la pensión había cambiado de propietario y el anterior no le había transferido todos los paquetes de reserva. ¿Resultado? Estábamos a muy poco tiempo del viaje y no teníamos alojamiento.
Cundió el pánico.
Le pregunté a la señora X
si era posible que nos hiciera una nueva reserva y ella contestó que sí, pero
que la noche del día 22 de julio no podíamos quedarnos porque estaba todo
cogido (íbamos a estar en Asturias del 19 al 24). «Voy a intentar haceros un
hueco—me aseguró ella—. Yo te llamo luego, en cuanto sepa algo». Me pareció muy
amable, y le di las gracias, pero el “luego” resultó ser un “nunca”, y tras
toda la tarde de espera nerviosa, volví a llamar.
La señora X no había
podido hacer nada para darnos alojamiento la noche del 22. No sé si pensaba
llamarme en algún momento para avisarme, pero lo dudo mucho. Eso ya me dejó un
poco mosqueada, y aun así no podía mandarla a paseo porque estábamos en una
situación difícil. Con el festival tan cerca los hoteles/pensiones/hostales más
asequibles de Avilés y Oviedo estaban hasta los topes, y yo empecé a temer la
cancelación del viaje.
Tenía que consultar la
situación con mis compañeras y preguntar a algunos de nuestros conocidos de allí
si podrían acogernos esa noche en la que nos quedábamos sin nada. En ese
sentido no hubo problema, así que volví a llamar para reservar los días 19, 20,
21 y 23, ya que el 22, como bien me había dicho la señora X, no había sitio.
—Entonces te reservo para
el 19, el 20 y el 21 —me confirmó ella.
—Y la del 23 —le recordé
yo.
—Esa noche está todo
cogido, cariño.
—Pero si llamé hace un
rato y me dijo que sólo fallaba la noche del 22.
—No, no, te dije que la
del 23 también.
«Mentira —pensé—. A ver
si te aclaras de una puta vez». Respiré hondo y pasé por el aro porque estaba
desesperada. Ahora teníamos tres noches reservadas y dos que tendríamos que
depender de algún alma cándida asturiana para no dormir a la intemperie.
De momento todo quedó así
pactado. El día antes de salir para Asturias llamé de nuevo para confirmar que
las cosas seguían en orden, no fuera a ser que a la señora X se le hubieran
vuelto a cruzar los cables y ahora le diera por decirme que más noches de las
que teníamos reservadas estaban ocupadas también. Pero todo iba bien. Sin
cambios.
Llegamos a la pensión el
martes 19 a las ocho y media de la tarde. El portón de entrada era de madera
gruesa, recia, con ese aspecto oscurecido que sólo se adquiere con el paso los
años. Llamé al telefonillo y la cerradura metálica se abrió con un fuerte “clok”.
Empujé la hoja derecha de la puerta y se oyó ese chirrío ascendente y agudo que
yo sólo había escuchado en las películas de miedo, cuando el protagonista de
turno llega a la vieja vivienda a la que acaba de mudarse (y en la que han
muerto todos los que han vivido, eso que no falte). Me encontré con un
recibidor penumbroso y, tras él, una escalera ascendente, también de madera. El
ambiente era oscuro en general, a pesar de que todavía había luz diurna en el
exterior, pero dicha luz sólo entraba en el edificio por la zona superior, y
caía justo en el centro, como el tronco de un árbol en torno al cual giraba la
escalera. Al lado de ésta había una puerta cerrada. Un colchón y un somier desechados
impedían llegar a ella, puestos de lado sobre el suelo, apoyados en la pared.
Recuerdo que Omaira,
Diana y yo nos quedamos pasmadas unos segundos, como si aquello tan “de cine”
no pudiera ser real del todo.
Nos encantó, para qué
negarlo.
—¿Hola? —Se oyó desde la
escalera.
Era la señora X. Bajita,
algo rechoncha, con el pelo muy corto. Recuerdo que su cara me pareció de
silicona. La piel lisa y brillante como si acabara de nacer. Subimos con cuidado,
cargadas con nuestras maletas. Los escalones crujían bajo nuestro peso, incluso
podías sentir cómo cedían un poco bajo los pies. Temí que aquella escalera
vieja y desgastada se derrumbara mientras ascendíamos, pero no pasó nada y alcanzamos
la puerta de hierro que daba entrada a la pequeña pensión de un solo pasillo,
cocina abierta y seis habitaciones.
—Vosotras teníais reserva
19, 20, 21 y 22, ¿verdad? —Nos preguntó la señora X.
—El 22 no —respondí yo—.
Usted nos dijo que el 22 y el 23 no había sido posible hacernos hueco.
—Pues yo os tengo
apuntadas para el día 22 también.
—¿Pero hay habitación
libre ese día? —Me sorprendí yo después de toda la odisea telefónica que había
pasado.
—Sí, sí. Sin problema.
«A ver si te aclaras de
una puta vez», volví a pensar. Odio que las personas no cumplan con su palabra,
y que te mareen con sus “ahora sí, ahora no” constantes, pero aun así la
noticia me alegró y la señora X me resultó una mujer amable y cercana a pesar
de mis reticencias anteriores. Sí, reconozco que no me dio mala impresión, y
creo que si no hubiera pasado lo que pasó el viernes, día 22, habría vuelto de
Avilés dispuesta a reservar alojamiento allí en futuras ocasiones, porque el
lugar me enamoró. Era viejo, pero encantador, y muy limpio. El suelo de nuestra
habitación también crujía, y uno podía notar los muchos años que tenía el balcón
acristalado con marcos de hierro en la resistencia que ofrecían las ventanas
para abrirse, como si hubieran pasado largos períodos de tiempo cerradas a cal
y canto.
Pasamos tres días muy a
gusto. Visitamos el festival, nos reencontramos con gente a la que teníamos
muchas ganas de ver y asistimos a todos los eventos que nos interesaban. Además
“descubrimos” el precioso parque Ferrera y su estanque de ocas y cisnes negros.
Un día, mientras estábamos allí pasando el rato, vimos cómo una gaviota mataba
a una paloma. La cogió por las patas y la golpeó contra el suelo hasta matarla.
Luego le perforó el cuerpo y se la comió dándole violentos picotazos, dibujando
en su plumaje un gran círculo rojo y húmedo. Había tres niños cerca que
asistieron a aquel despliegue de la naturaleza entre la fascinación, el asco y
el horror. Miraban lo que sucedía, asustados y apenados, luego corrían
asqueados para alejarse y acababan volviendo, porque necesitaban ver, esa
curiosidad morbosa e innata en el ser humano les obligaba a mirar, y miraron,
incluso cuando la gaviota le saco las tripas a la paloma para comérselas, ellos
se quedaron allí mirando, y yo les miraba a ellos, y pensaba: «Así es el ser
humano. Exactamente eso es lo que somos».
Pero volvamos a la
pensión y a la señora X. Llegó el viernes. El día 22.
—Tengo un problema para mañana
por la noche —me dijo el jueves. Yo disimulé una expresión de «a ver con qué me
saltas ahora»—. Es que me llega un grupo —prosiguió ella— y… ¿A vosotras no os
importaría iros al otro apartamento que tengo esa noche? Esta muy cerca y allí
nadie os va a molestar. Es que a estos nuevos que llegan no les conozco de nada
y me da cosa meterles allí, ¿sabes? A vosotras os he visto más y me parecéis
fiables.
Fuimos gilipollas y aceptamos.
De todo se aprende.
El día 22 rehicimos las
maletas y la seguimos hasta el susodicho piso por un camino que ella decidió
alargar para enseñarnos la zona. Lo mismo se le olvidó que íbamos cargando con
maletas y mochilas que pesaban un cojón. La seguimos, como decía, y llegamos al
piso al fin. No me gustó. Ni al primer vistazo, ni al segundo ni cuando lo
recorrí de cabo a rabo. Tenía aspecto de haber sido la vivienda habitual de la
señora X años atrás, por lo que había muchas de sus cosas y al mismo tiempo
transmitía una gran sensación de vacío, como si allí sólo fuera ya de vez en
cuando, y sólo a dormir.
Lo que quedaba decorando
los estantes y las vitrinas del mueble del salón eran libros, objetos comunes, pero
otros más raros. El que más llamó mi atención, y os juro que no me invento
esto, fue la figurita de un santo metida en una urna de cristal. La urna estaba
sobre un soporte de madera y el interior se encontraba lleno de un líquido
transparente. Alrededor del santo, también dentro de la urna, había flores de
plástico parecidas a las de los collares de flores hawaianos. Me dio muy mal
rollo, y también el hecho de que las dos habitaciones en las que íbamos a
dormir tuvieran una cerradura que sólo podía cerrarse desde fuera. La señora X,
ya ni recuerdo por qué, se pasó una hora allí con nosotras, contándonos su
vida.
Desde que empezó a hablar
en el salón supe que era de esas. A lo largo de mi vida he conocido a muchas
personas así. Personas que sin conocerte de nada, o no lo suficiente, hablan y
hablan sobre asuntos personales sin contenerse, sin que salte esa alarma mental
que toda persona con la cabeza en su sitio debería tener. La alarma que te hace
ver que estás siendo un pesado de mierda, que deberías callarte y largarte
porque soltar todo eso no viene a cuento y los que te están oyendo empiezan a
sentirse muy incómodos. La señora X no tenía esa alarma, y yo no tenía tanta
caradura como para interrumpirla y dejarle ver que quería que se fuera. «Es de
esas», pensé, y supe que podría volver a darnos más problemas, porque lo de
hablar sin control era sólo un síntoma, igual que lo fue su falta de
profesionalidad a la hora de concretar fechas con nosotras. Detrás de eso
siempre hay más, por eso cuando conozco a alguien así suelo poner tierra de por
medio lo antes posible. La vida ya es bastante complicada.
Pero sigamos. Estábamos
ya en el piso, acomodadas y preparándonos para salir, cuando me di cuenta de
que las colchas de las camas que ocupamos Diana y yo estaban llenas de pelos de
perro. No sé si he comentado antes que la señora X tenía un perro. Fue una
sorpresa muy desagradable, y en ese momento me habría gustado decirle a señora
X cuatro cosas, porque yo estaba pagando por estar allí, no era un favor, no me
acogía por pena. Había dinero de por medio, y cuando hay dinero de por medio
espero que se cumpla lo que se me dice, pero ya debéis de imaginar que la
señora X no es de las que cumplen con lo que dicen.
Salimos y llegamos de
vuelta por la noche. Queríamos ducharnos, pero no había bombona para el agua
caliente, y cuando la señora X nos la trajo, minutos después, resultó que el
termostato no funcionaba. Maravilloso, ¿verdad? Me duché con agua fría aquella
noche, pero eso no fue lo peor. No, lo peor vino después, en torno a la 1 de la
mañana.
Estábamos Diana, Omaira y
yo en una de las habitaciones charlando, ya en pijama, cuando oímos que la
puerta de entrada al piso se abría y se cerraba. Sonido de tacones. Apareció el
perro de la señora X en nuestra habitación y ella lo llamó. No avisó de su
visita ni antes ni durante, simplemente entró y se dedicó a trastear por la
zona del salón. Nosotras nos quedamos petrificadas. Yo me levanté a ver qué
ocurría y vi que la señora X estaba en una habitación a la que se accedía desde
esa estancia. Omaira me dijo esa tarde que, cuando entramos por la mañana, vio
que en el interior de dicha habitación había una maleta abierta y ropa
desparramada por todas partes. La señora X se apresuró a cerrarla, y así se
quedó el resto del día, hasta esa noche.
Volví a la habitación con
las demás. No sabíamos qué cojones quería ni por qué estaba allí. Omaira se fue
a dormir, pero Diana y yo (que compartíamos cuarto) no fuimos capaces de cerrar
los ojos. Oímos una puerta cerrarse. ¿Era la que daba a la calle? Todas las
luces estaban apagadas, así que me levanté y fui hasta el salón alumbrándome
con la linterna del móvil. Siempre me ha parecido que las linternas aportan un
cariz misterioso a las cosas que iluminan, pero terrorífico a las que quedan en
la sombra. Os aseguro que aquel piso bajo la luz de una linterna daba, como
mínimo, bastante respeto. Yo estaba un poco acojonada, debo admitirlo, y lo
estuve más cuando encontré sobre la mesa del salón la correa de un perro y unas
llaves. La puerta de la habitación en la que Omaira había visto la ropa tirada
estaba cerrada.
Entonces comprendí que la
señora X seguía allí dentro.
No supe qué hacer, y lo
único que se me ocurrió fue sacar las llaves de las cerraduras que cerraban los
dormitorios desde el exterior y guardarlas por si… no sé, ¿la señora X nos
encerraba? Después de todo, cosas peores se veían en las noticias todos los
días, y la realidad siempre supera a la ficción, así que ¿quién me aseguraba que
esa mujer no quería hacernos daño? Intenté cerrar la puerta de mi cuarto desde
dentro, pero no se podía, por lo que tardé bastante en quedarme dormida.
A la mañana siguiente la
señora X ya no estaba, y nos dimos cuenta de que había cerrado las puertas del
salón (tenía dos) con llave, bloqueándonos el acceso a la mitad del piso. Aquello
fue la gota que colmó el vaso. Sin perder más tiempo rehicimos las maletas de
nuevo y salimos de allí, desesperadas por alejarnos de la jodida señora X y
todo lo que tuviera que ver con ella.
Y esta ha sido la gran
aventura que hemos vivido en Avilés, después de la cual vino una noche en la
que apenas dormimos (yo ni siquiera dormí tres horas). Ya el domingo tuve que
hacer frente a 4 horas esperando en la estación de autobuses y 12 horas de
viaje. Y por si todo esto no fuera ya lo suficientemente surrealista, cuando
llevaba 9 horas en el autobús tuvimos que parar un buen rato por la zona de
Extremadura porque nos topamos con un incendio forestal. Ahí es nada. No era
muy grande, imagino, pero había humo por todas partes. Humo, ambulancias,
bomberos, personas desalojadas de parcelas cercanas y medios de comunicación que
corrían junto al autobús. Y lo más chocante: parados en mitad de la estrecha carretera, a unos pocos metros de nosotros, dos helicópteros. Cuando vi las aspas moverse, la gente encogida por el fuerte
ruido y la ola de tierra que levantaron en su ascenso, primero uno, después
otro, ambos volando sobre nuestras cabezas, pensé… «¿Esto es un sueño?».
Creo poder decir que ha
sido un viaje MUY intenso de principio a fin, y lo he disfrutado a pesar de sus
cosas malas porque después de todo estamos hablando del Celsius y… en fin,
sobran las palabras. Siento haberme alargado tanto, pero esta historia tenía
que contarla como merecía. Si lo has leído todo hasta el final, cosa que
comprendo que no hayas hecho porque el tiempo es oro, GRACIAS. De todas formas
me alegra haber escrito esto. Seguro que algún día volveré a esta entrada y
sonreiré a leer lo vivido en esta locura de viaje a tierras norteñas.
Aiiiiis, Laura. ¡Cómo me he reído! Sí, ahora me río, pero en ese momento quería llorar (o incluso desaparecer). «¿Esto es un sueño?», aww. Síiiiii, a mí también me lo pareció. *__* Me encantó esta entrada, pues me ha hecho muy feliz. Me halaga el hecho de que haya compartido estos recuerdos —buenos y malos— con vosotras, tú y Omaira, ¡fue-maravilloso! Y os aprecio muchísimo. Cuando me encuentre triste, invocaré estas imágenes para que convierten mi tristeza en alegría (o incluso en felicidad).
ResponderEliminarCuando te encuentres triste piensa en mis pintas en pijama yendo al salón cual ninja con la linterna del móvil xD
EliminarSólo a personas como tú les pasan estas rarezas de libro. Y me alegro de conocerte como para saber qué estabas sintiendo en cada momento para imaginarlo mejor. Ya me contarás con más detalles ;)
ResponderEliminarYa se sabe, personas extrañas atraen cosas extrañas jejeje
EliminarEsas personas que de profesionales (y espabiladas) tienen poco me ponen de los nervios.
ResponderEliminarQué espanto lo del apartamento, yo llego a estar en esa situación y no es que tarde en dormirme, es que me quedo toda la noche despierta... De todos modos, seguro que no lo olvidas nunca XD
Ha sido una de esas experiencias de las que luego te ríes. Qué remedio! xD
EliminarMe ha encantado la historia... Parecía el motel de Norman Bates, pero sin Norman, solo con la madre (muerta)... O que os hubiese atendido una copia en idioma castellano de Bathilda Bagshot... Creo que mis hijos, mi marido y yo hubiésemos escapado a través de la ventana por miedo a que nos comiera Nagini esa noche... Jajaja! Me alegro de que el Celsius estuviese a la altura de todos los años. Espero poder ir algún día. Bsitos!!!
ResponderEliminarJajajaja yo también pensé en el Hotel Bates!
EliminarSi llego a estar yo a la señora X se le cae al suelo la cara dura que tiene.
ResponderEliminarEn una de estas vamos, la señalas y le lanzo la gaviota.
He dicho :D
Besos.
Eso no lo dudo. Te la comes sin piedad! Jajajaja la gaviota asesina xD
EliminarQué grande eres, Laura...
ResponderEliminarEnganchada de cabo a rabo a esa "horror story". Y puedo entenderte. La primera vez que fui al Salón del Manga de Barcelona, (allá cuando tenía unos tiernos 16), fui a pecho descubierto, sin sitio donde alojarnos mi amiga y yo, así que puedo imaginarme el pánico de no saber dónde dormir jajjaja. Puedes quejarte, pero anda que no fue curioso pasar por todo eso, espera, ¿suena muy cruel? XP
Me alegro de que te lo pasaras tan bien. Tenemos que coincidir allí any year, my lady gamer.
Un beso muy grande. Noomi.
*__* Gracias, jo.
EliminarEn el momento lo pasé mal, pero bueno, si no me traumatizan y salgo indemne, bienvenidas sean las experiencias de la vida =)
Esto te lo pilla Peter Jackson y te hace una decalogía, te lo pilla Shymalan y te hace una comedia o te la pilla Tarantino y te mete una obra maestra de tensión que te cagas. En fin, ahora es gracioso en cierta manera leerlo, pero era realmente oírlo cuando me lo relatabas, menos mal que esta experiencia no ha ensuciado vuestro Celsius de este año, y que igualmente una vez más querrías volver. Un abrazote :)
ResponderEliminarA Tarantino, please, que se lo den a Tarantinoooo!! *-*
EliminarMadre mía, menuda experiencia. A mí me habría dado algo, porque ya veo sombras donde no las hay, así que no me imagino lo que debe haber sido la misteriosa y pesada señora X (y su perro) en mitad de la noche por el piso. Pero bueno, al menos ya veo que el Celsius, terrores nocturnos aparte, ha estado bien ^^
ResponderEliminarA ver si el año que viene me puedo acercar, porque tengo unas ganas tremendas.
Besinos^^
El Celsius nunca defrauda. Ojalá podamos vernos por allí algún año! =)
EliminarPero qué joyitas que uno va encontrando. Esto me lo guardo para leerlo cada viernes a la noche a medias luces y sin nadie en casa.
ResponderEliminarAbrazos desde Perú.
Jajajaja gracias!! Algo bueno se saca de lo malo ^^ Y, por ciero, bienvenido al blog! =D
EliminarNo te comenté cuando lo leí, porque sinceramente, se me pasó. Me ha encantado cómo has relatado lo que vivisteis, parece auténticamente un relato xDDD me ha spuesto hasta los pelos de punta en alguna escenita. como la del ave, y con lo de las habitaciones de la señora X xDDD. Niña, si es que lo que te pasa a ti.... ais! Me ha encantao, pero reconozco que vivirlo no me habría encantao tanto jajaaja. un besete!
ResponderEliminarAishhh gracias :-*
EliminarDioses.
ResponderEliminarVoy a vivir con miedo de un día reservar una pensión en Avilés y que las cosas empiecen a parecerme sospechosamente familiares. Qué horror la escena de la linterna.
Por cierto, soy muy fan del asesinato de la paloma a manos de la gaviota. Es decir, es sangriento y terrible (y no estoy loca, lo juro), pero es la clase de situación de la que acabo tomando notas. Me das mucha envidia.
Z.
Lo de la paloma es este tipo de escenas que me encanta poner en mis novelas para que se vea lo retorcidos que son mis personajes, porque te aseguro que fue un momento extraño, demasiado "natural" y horrible ya no sólo por la muerte en sí del animal, sino por lo que se originó a su alrededor. Esos niños... y una familia que estaba por allí cerca, que se quedó mirando el espectáculo como si fuera eso, un espectáculo. El padre de la familia se reía. En fin, muy creepy todo.
EliminarSuena maravilloso. Me encantan ese tipo de escenas.
Eliminar