Hasta siempre, Alan.

Te escribo esto porque necesito hacerlo, aunque tú no lo leas, aunque ya nunca puedas hacerlo. Te escribo esto porque ayer te fuiste y un trocito de mi mundo se fue contigo. Te vi hace mucho, ya ni me acuerdo, pero fue con tus elegantes ropas de caballero cuando llegaste a ser algo más, el actor que se quedó en mi vida a través de un personaje, el coronel Brandon. ¿Te acuerdas? Me encantaba tu sonrisa y la manera en la que siempre decías aquella frase: «The air is full of spices». Yo suspiraba al oírte, sonreía como sólo sonríen las niñas cuando se enamoran.

Tiempo después, cuando tenía 12 años, te vi con el pelo negro, el gesto tan severo como tu nombre. Te leía en los libros y año tras año me reencontraba contigo en la sala de un cine, y yo crecía pero tú no, tú nunca, porque eras eterno, una imagen que me acompañaba, con la que soñé cuando dejé de leerte, incluso de verte con aquel atuendo negro. Los años pasaron y ya no nos veíamos tanto como antes, pero sólo una de tus sonrisas bastaba para que yo volviera a aquellos momentos delante de la pantalla, esa mirada de tiernos ojillos rasgados y, de nuevo, las mismas palabras. Y aunque no era a mí a quien iban dirigidas, poco me importaba, porque desde entonces fuiste un poco mío, un regalo que nadie más compartía. Me hiciste reír y llorar; me diste la inspiración que llenó de ilusión mis días. Sí, los años siguieron pasando, pero yo todavía te oía. «The air is full of spices», decías. Ni siquiera sé por qué esa frase. Fue la primera que vino a mi mente cuando supe que te habías ido. ¿Por qué ésa y no otras que el mundo recuerda de ti?. Quizá porque apenas tenía importancia, sólo la que yo le daba, y también fue mía, nuestra, el pequeño secreto entre la niña y el hombre de la pantalla. Y ahora te recuerdo y lloro como una idiota porque ayer te fuiste y un trocito de ella se fue contigo, porque sé que te seguiré soñando aunque ya no estés, porque serás siempre el hombre del cabello negro, porque un «Always» nunca tuvo tanto sentido, pero sobre todo porque siempre serás aquel coronel y yo la niña que sonreía cuando susurrabas que el aire estaba cargado de especias. 

Sé que tu voz seguirá conmigo, susurrándome, porque de algún modo sí que eres eterno.