Relato 6: The bloody siblings

Vale, estoy a punto de mostraros mis vergüenzas. En esta canción he pinchado, lo reconozco, no me ha dado el cerebro para más. Los anteriores relatos realmente podían llamarse así, pero esto no, quiero decir, que esto sí que es de verdad una escena sin más, como si la hubierais extraído de un libro y punto. No tiene final, así que no lo esperéis, y es muy breve, y no tiene nada impactante. Con esta canción no os miento si os digo que no he sido capaz de imaginar nada decente, así que me lancé a escribir sin pensar (cosa que yo no hago casi nunca) tal como me venía, y ha salido... esto. Puede que en una novela, con un contexto y demás, quede bien, pero sacado de cualquier contexto posible es un gran truño. 

Marina, querida mía, yo sé que tu afición por Glee te ha llevado a aportarme esta canción, pero siento decirte que la he convertido en otra cosa muy diferente de lo que se podría esperar de ella. De todas maneras, esto va para ti. Yo he hecho lo que he podido xD 

Disfrutad de mi pequeño truño.

Música para leer

THE BLOODY SIBLINGS

La sangre le mancha la cara y desciende en finos hilillos que se expanden al rozar el cuello de su camiseta blanca. En la habitación flota un olor caliente a acero y sudor. Sobre la mesilla de la esquina, un radiocasete viejo reproduce una canción que habla sobre que nunca hay que perder la esperanza. Una de las dos figuras que están de pie frente al tipo ensangrentado mueve sutilmente la pierna al ritmo del estribillo. La otra se acerca, se inclina sobre el tipo atado a la silla y lo mira con atención; un mechón rubio le cruza la mejilla.

—Joel, creo que lo has matado —opina.

—Qué va. Todavía respira.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta ella, volviéndose.

—No le he dado tan fuerte.

—Le has machacado la cara con un bate de béisbol.

Ambos observan al tipo inmóvil de cara amoratada.

—A lo mejor se está haciendo el dormido —opina Joel—. O el muerto. Algunos animales hacen eso para que los depredadores les dejen en paz, ¿lo sabías?

Ella suspira poniendo los ojos en blanco.

—Tómale el pulso —le ordena.

—Pero está lleno de sangre, Zoe —objeta él arrugando el gesto.

—¿Y?

—Sabes que odio mancharme de sangre.

Zoe entrecierra los ojos al mirarle durante un largo silencio.

—¿Te estás quedando conmigo?

—Papá me ha comprado esta camisa, no pienso estropearla tocán…

—¿Tu camisa? ¿A quién coño le importa tu camisa? —se exalta ella.

—Papá se ha gastado una pasta en ella. Es de diseño, ¿sabes?

—¿Te pones una camisa de diseño para darle palizas a la gente?

—Me gusta ir bien vestido al trabajo —Joel se encoge de hombros.

—Por dios —bufa Zoe acercándose al hombre atado para apretar dos dedos contra su cuello.

—¿Sabes que bailé está canción con Marie en el baile de fin de curso? —pregunta él con una sonrisa bobalicona en la cara mientras se contonea disimuladamente.

—Está muerto —sentencia Zoe.

Solo la música se oye en la habitación. Ella, cruzada de brazos, respira fuertemente y aprieta la mandíbula mientras su hermano le lanza miradas de reojo con la cabeza gacha.

—Pues al final resulta que sí le di fuerte —dice Joel soltando una risita.

Zoe camina hasta el radiocasete, lo sujeta entre las manos y lo arroja al suelo con ímpetu. El sonido de la canción se rompe drásticamente junto al aparato.

—¡¿Qué haces?! —exclama Joel—. ¡Tengo ese radiocasete desde los once años!

—Baila ahora si puedes, capullo —le espeta ella subiendo las escaleras del sótano.

—¿Ah, sí? Pues… Pues… ¡Se lo diré a papá!

***