Hace tanto tiempo que no escribo en mi pequeño rincón que incluso se me hace extraño estar de nuevo con la plantilla de blogger abierta. Demasiado tiempo. Diría que no tengo excusa, pero sinceramente he estado en demasiadas cosas y el blog ha ido quedándose poco a poco y cada vez más en un segundo plano. Nunca se me ha pasado por la cabeza cerrarlo porque al final siempre regreso, porque este es mi rincón al fin y al cabo, un lugar donde siento que puedo compartir pedacitos de mí misma.
Ni siquiera sé cómo titular esta entrada. Llevo casi un año inventando títulos para artículos y en cierto modo es mucho más fácil que esto, que poner una línea ahí arriba que resuma algo que ni siquiera sabes bien qué es, que no habla de cosas externas, sino de ti. Eso es muco más fácil, hablar de otros digo, analizar algo que no te pertenece.
En realidad no pensaba subir esta entrada, pero algo me ha traído aquí y aquí estoy. Tranquilos, esta no va a ser una parrafada en la que os cuento qué ha sido de mi vida porque, seamos francos, tampoco es que me guste hablar en público de mi vida. Sólo diré que me he visto involucrada en proyectos maravillosos que me han traído grandes cosas, que he tenido mis crisis y mis luchas, como todos, y que sigo escribiendo, por supuesto. Eso siempre.
Estoy cerca de terminar el
Poryecto Alaska (
#proyectoalaskalt) y tengo muchas ideas para muchas más historias. Ando pensando en retomar la fantasía con una novela corta y también pienso en escribir algo en lo que poder ser la cafre que en el fondo soy, con protagonistas zumbados y un mundo más zumbado aún, pero el tiempo ya dirá qué ideas salen adelante y cuáles no.
El caso es que estaba hurgando en mi carpeta de proyectos y sus innumerables archivos y he dado con algo que ni siquiera recordaba haber escrito, ya sabéis,
una de esas escenas de historias que nunca serán escritas, que no son relatos, sino más bien fragmentos, cosas que necesito sacarme de la cabeza y acaban convirtiéndose en un diálogo entre dos personajes, o en un párrafo de diez líneas sobre cualquier cosa. A veces esos fragmentos son tan cortos que puedo compartirlos en twitter (
#LTPieces), y otras son algo más largos.
Hoy os traigo uno de esos últimos. No dura más que un suspiro, pero quería ponerlo aquí.
Se titula: "Morir hoy".
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Ilustración de Pheberoni |
—¿Jacobs?
Aquel idiota nunca me
llamaba por mi rango. Nunca decía «comandante Jacobs», sólo Jacobs. Era de esa
clase de tíos con la mirada fría y la voz amable, de esos que nunca soltaban
una palabra fuera de tono pero que te arrancaban la mitad del nombre sólo para
que supieras quién mandaba realmente. Yo era comandante. Había sudado, sangrado
y sufrido cada maldito día de mi vida para no ahogarme en la inmundicia de las
colonias, para salir adelante, para sobreponerme a todos esos cerdos que se
creían mejor que yo sólo por lo que tenían entre las piernas. Años enteros
eliminados de un plumazo como si nunca hubieran existido.
«Jacobs», me llamaba.
—Jacobs, ¿ha oído la
pregunta que acabo de hacerle?
—Quiere saber lo que
pasó en Kirat —afirmé yo. Sentía la saliva espesa. Necesitaba un cigarrillo—.
Se mandó un informe a la agencia. Léalo.
—Lo hemos hecho, pero
queríamos saber los sucesos de primera mano.
—Para eso tendría que
haber estado en Kirat, y no recuerdo haberle visto allí, señor…
—Agente McKinney.
—McKinney. —Escupí cada letra—. ¿Puedo
fumar, McKinney?
—Señorita Jaco…
—Comandante.
—¿Cómo dice?
—No está hablando con
una civil. ¿No le han enseñado el protocolo o es que simplemente es un
maleducado de mierda?
—Comandante —Sonrió sin
simpatía. (Me odia. Le gustaría abofetearme).
Yo también sonreí—. ¿Podría relatar qué fue lo que sucedió en la base de Kirat?
—Nos masacraron. Eso
fue lo que sucedió. ¿Puedo fumar?
—No está permitido. —McKinney
ignoró mi suspiro de exasperación—. Ahora, por favor, ¿podría contarme qué
sucedió exactamente?
Vi las luces
parpadeando como si siguiera en la base subterránea, el peso del traje, aquel
olor inmundo. Volví a oír a mi equipo por el auricular. Todos gritaban, pedían
ayuda mientras yo intentaba alcanzarles, pero estaba la oscuridad y ese ruido,
un chillido capaz de desgarrar carne, tendón y músculo. El sonido se te metía
en la cabeza como un gusano que hurgara entre tus sesos, arrastrándose dentro de
ti mientras tú te encogías en el suelo suplicando que todo acabara. Eso fue lo
que yo hice. Me quedé allí gritando hasta que el dolor desapareció y pude levantarme,
pero entonces ya era tarde.
Eso fue lo que le conté
a McKinney. Le dije que ni siquiera sé cómo logré encontrar la salida, que tuve
suerte.
Mentí.
La verdad es que Jim
Vaus, el experto en seguridad que formaba parte de mi equipo, todavía sostenía
el mapa táctico en la mano mientras intentaba comprender por qué no podía
levantarse, por qué había tanta sangre y carne saliendo de su estómago. Vaus no
me reconoció cuando le hablé, no veía más allá de su propio horror, de la muerte
que se le venía encima, así que le quité el mapa y le dejé sólo con aquella
mirada confusa, como si tratara de encontrar la respuesta a una pregunta que
sólo él conocía. No puedo ayudarle, me dije, y probablemente así era, pero
aquella expresión en la cara de Vaus se me quedó grabada, esa sorpresa
indignada, como si quisiera gritarle a Dios: «Eh, capullo, te has equivocado. A
mí no me tocaba morir hoy».
McKinney no necesitaba
saber nada de eso, así que conté mi historia como me habían enseñado a hacer,
justificando mis decisiones como comandante, concretando las posiciones de cada
miembro del equipo, detallando nuestro plan. Yo era quien había organizado la
partida a Kirat, después de todo.
Se suponía que tenía
que saber todas aquellas gilipolleces.